21 de mayo de 2004. "Juan Nadie"
De vez en cuando uno busca consuelo a toda costa; cada día cuesta más encontrarlo. Pese a mi odio a toda clase de religión, no dejo de reconocer que es asidero y tabla de salvación cuando las desgracias arrecian. Conozco a muchas personas a las que sólo la fé (sí, con acento, ¿qué pasa?) les ayuda a sobrellevar esta perra vida
Dios me libre de aferrarme a religión alguna; aunque algunas veces necesito una buena dosis de soledad, un fuego crepitando a la diestra mientras, sentado en una silla con un vaso de vino en la mano, con mirada extática y entre penumbras, paso recuento a las heridas y los errores y de nuevo la bajada a los abismos antaño hollados surta efecto como inefable catarsis.
Pero lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Viernes, 8 de la tarde, ya hace 12 horas desde que llegué a este deprimente despacho; recién acabadas mis prácticas mientras todos los demás están en actos protocolarios, con egregios próceres ahítos de vanidad y pugnando por salir en la foto. Otro leño de hipocresía a la hoguera de las vanidades.
Tengo claro que soy un resentido, un rencoroso y un vengativo; ya dije que trabajo por dinero, como cualquier puta o mercenario que se precie, pero no me negarán que todo esto es apacentarse de viento, O, como diría Reverte, "cogérsela con papel de fumar".
También tengo claro que he perdido el norte, sin aguja de marear, y falto de carena voy achicando agua mientras a duras penas capeo temporales o presento batalla. Me queda el parco, ilusorio consuelo, de que al menos sé lo que me pasa, y de que es cuestión de tiempo el que un día me levante por la mañana y ponga remedio a todo esto.
Y aún así a veces tengo la debilidad de tener esperanza. De soñar. Si no conocen a Frank Capra, déjenme decirle que fue un sensiblero director de cine, que bordó de las más primorosas telas de la historia del cine. De memoria, que cada vez falla más por culpa de esta bilis agria y verdosa y de mis espumarajos de rabia por la boca, hay que ver "Caballero sin espada", "Qué bello es vivir", "Un gangster para un milagro" o "Juan Nadie".
Permítanme que les destripe Juan Nadie: una periodista espabilada a quien su jefe ha decidido echar del periódico inventa en la desesperación una carta, atribuída a Juan Nadie (John Doe), que dice que va a suicidarse en Nochebuena, ya que este mundo corrupto y deleznable no vale la pena. El revuelo que causa es mayúsculo. Obviamente, esa exclusiva le permite conservar el puesto de trabajo, pero hay que buscar un hombre de paja que interprete el papel. Al final encuentran un mendigo, fracasado y hastiado y asqueado de la vida, que interpreta el papel de conciencia social.
Pero poco a poco se da cuenta de que vive el papel, de que el mundo es injusto por culpa de unos pocos y de que esta sentina a la que llamamos Tierra sería un poco mejor con sólo poner algo de nuestra parte. Y lo dice. Y el pueblo (falaz ilusión) despierta y se moviliza y aparecen infinidad de clubes de Juan Nadie que deciden hacer este puto mundo un lugar un poco más amable. Pero eso no conviene al poder, corrupto e inicuo. Y cae a los infiernos de la manera más atroz. El resto, véanlo ustedes mismos.
A veces me da por soñar, soñar que un Juan Nadie va al Congreso de los Diputados o a la televisión, y habla en nombre de los 40 millones de Juan Nadies que poblamos esta maltrecha, desagradecida, fratricida tierra. Y dice verdades como puños, que golpean los enormes caparazones sin corazón de políticos y prohombres; inútil golpe. Pero el resonar de esa campana de odio y egoísmo despierta uno a uno a todos los Juan Nadie, y como una única conciencia salen a pedir cuentas a esos usureros de la vida, y exigen responsabilidades, e imparten a cada cual su dulce némesis. E instauran un gobierno del sentido común y de la justicia, y damos, de una vez por todas, un par de pasos adelante en la historia.
A veces me da por soñar.
Nos vemos
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