lunes, 18 de octubre de 2004

23 enero 2004 Comienza una nueva etapa

Gracias por venir. Acomodaos. Hoy comenzamos a escribir este cuaderno de bitácora, en el que iremos consignando los acaeceres de este nefasto viaje. La primera pregunta es saber cuánto aguantaremos, en todos los frentes. Tras el grave daño sufrido en nuestras últimas batallas nos hemos recluido en lo más ignoto de estos mares que son la vida, a encontrar fuerzas para vengarnos. No habrá piedad, pues no la tuvieron con nosotros.

Así que eso haremos. Escribiremos día a día los avatares de este desgraciado viaje, pues siempre se ve a los hombres de más baja condición en las más desgraciadas situaciones, y rebuscaremos poco a poco fuerzas para seguir.

No garantizo nada, pues la traición y la defección pudo más que yo, y ahora la esperanza no existe. Sólo queda el buen hacer mercenario, unas cuantas reglas que nos permitieron poner a salvo lo justo y ahora sobrevivir con cierta dignidad.

Mercenario. Al fin ha salido esa palabra, que a mí siempre me ha gustado. Me considero un mercenario, y lo soy más desde la traición. Todos somos mercenarios en la vida, incluso somos prostitutas a veces: todos vendemos nuestros servicios a cambio de una soldada, de un salario. El honor y el deber son cualidades que uno otorga, a modo personal, y que estrictamente se pueden vender pero no comprar; hay que ganarlas en la vida, y uno las brinda a quien cree que lo merece o lo necesita, o ambas cosas. Igual ocurre con el respeto. Ahora, tras la traición y la defección, tan sólo presto servicios: han perdido mi respeto y su honor. El mío lo guardo junto con tres palmos de acero para cobrarme una vieja deuda. Deuda de honor, por supuesto.

Hablo de una manera críptica, de manera intencionada. La historia verdadera, real, existe y está escondida en algún lugar, lejos de aquí; saldrá a la luz cuando sea el momento. Hasta entonces, conténtense vuesas mercedes con estas glosas literarias que remedan la vida de pobre manera y paupérrima industria, y disfrutemos de estas charlas a la luz de los hachones y al vaivén del ponto.

A Dios vais.

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