..que permiso. Pero hoy no me refiero a eso. Me refiero a esos muertos mal enterrados con los que convivimos todos. Y digo mal enterrados porque, aunque indudablemente los mataste (los matamos, que cada uno mata a los suyos, y pobre del que no lo hace, porque ellos, a la postre, acaban matándote), al final vuelven, siempre en los peores momentos, lacerándote grises y ávidos de tu negra sangre. Yo no sé por qué ahora, en estos tiempos inciertos, está tan mal muertos. Yo no sé, mi gran duda es ésa, si en otros tiempos también ocurría. Supongo que sí, eso se averigua leyendo. Aunque no había tantos. Antes, cuando el mundo se vestía por los pies, daba tiempo a meditar, a macerar, a enterrar, a justificar, a convivir con los fantasmas de tus muertos. Ahora, en esta sociedad prefabricada, ilusoria, indolente, donde todo es inmutable y perfecto y el mundo real es un tren que se aleja en lontananza, todo ya pierde sentido. Hasta los muertos. Hasta los vivos.
Hay muchos tipos de muertos, ya me entienden. No me refiero a muertos físicos, aunque ésos también valen. Me refiero a sueños, quimeras, amigos y conocidos que cayeron a tu lado, quizá por tu culpa, quizá no; amores, odios, pasiones desatadas en el ignoto océano de los corazones desfallecidos. También errores. Errores de esos que en las noches titilan suave, metálicamente, mientras desgarran tu costado. Errores minúsculos, nimios, garrafales, capitales, pecados originales y veniales.
Ayer me asaltaron sueños. Sueños a los que en su día renuncié, asumiendo que el error estaba en mi interior, que viajaba conmigo tan oneroso bagaje. Acepté el hecho de que mis sueños eran inalcanzables, o se alcanzaban con costes inasumibles, o eran montruos, vástagos del sueño de la razón.
Pero no he dejado de estremecerme cuando contemplo alguna imagen, algún libro, algún rostro que me hace añorarlos. Renuncié a muchos, demasiados de ellos; ahora ya son físicamente inasequibles. La nieve, la soledad, las historias y aventuras que jamás llevaré, principalmente por cobardía.
Los muertos mal muertos, los sueños enterrados, todos causan dolor. Yo, en mi caso particular, fijé un umbral de dolor que podía soportar, una cantidad y calidad de muertos que podía albergar en mi cementerio interior. Convivo con ese dolor, que te consume a tus espaldas fiero y sordo. Aunque hay noches, hay días, hay años, que tu organismo está débil, o es la tristeza, o son los recuerdos; o simplemente paseas por tu cementerio, por el cementerio de todos, y ves todos los sueños que has ajusticiado, y adviertes que conoces a mucha, demasiada gente en las lápidas. Entonces el umbral de dolor se supera, se embotan los sentidos, los instrumentos, la vida toda.
Ayer vi Everwood en la tele. Aún no he aprendido a enterrar bien a mis muertos.
P.D.:Culpable también es el título de una canción de Los Secretos