martes, 30 de noviembre de 2004

Tocando fondo

Hay caídas que duran una vida. Pienso que, en la mayoría de las veces, es algo inevitable. En un planeta macilento, moribundo, con 8000 millones de personas, no hay sitio...
para todos.

No me refiero a espacio físico, me refiero a la ley de los grandes números. Sólo cabe un porcentaje de famosos, de ricos, de exitosos, de genios, de suertudos...El resto, por muy bueno que sea o por muchas cualidades que posea, se ve relegado por el azar (y algo más) a la sentina del planeta. A esa masa pegajosa que se proclama mundo.

Pues nada. Ahí estamos. Sólo nos está permitido alcanzar las más altas cotas de la miseria. Peleamos por migajas, pero, al fin y al cabo, hay que pelear por algo. Mejor morir peleando que morir.

Puede que sea importante darse cuenta de esto. Darse cuenta de que uno va cuesta abajo en la rodada, y que puede hacer algo para parar. O no. Que nuestro destino puede ser rodar y rodar. Nadie sabe.

Me estoy cansando de caer. Cansando de no llegar donde me había propuesto. Quizá despierto la envidia en quien me ve desde fuera, pero yo no estoy contento.

Y últimamente he decidido detenerme, estabilizarme y dar un par de pasos en otra dirección. Está claro que así no puedo seguir. Esto va a llevar esfuerzo y constancia, algo de lo que carecemos los perezosos. Pero prefiero morir luchando.

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