lunes, 28 de febrero de 2005

He aprendido a vivir con la tristeza, con la derrota. Nos conocemos tiempo ha, y en su momento fuimos íntimos. No queda más remedio que ......aprender a vivir con ella y para ella. Ahora nos hemos distanciado un poco, por prescripción facultativa. Me centro más en levantar murallas de contención, sanear las defensas, preparar las minas y contraminas de esta guerra que es la vida.

Aunque muchas veces bajo la guardia. Dejo que la tristeza entre y recorra los adarves, las mazmorras, mis aposentos. Dejo que se enseñoree de toda mi fortaleza y me rindo. Por unos momentos.

Por unos momentos me tienta la idea de abandonarlo todo. De arrancar de cuajo mis raíces y partir en pos de un sueño, tras mil de ellos que cayeron para siempre; cayeron aunque no en el olvido. Pelear de nuevo, otra vez por ellos. Buscar esa voz mullida y cálida, esa dulcedumbre que satura una habitación en penumbra, ese ser que nunca existió pero busqué con tanta esperanza hasta el desfallecimiento.

Acabar con todo y perderse en Santiago, en Bruselas, en Dublín, en Graz. Comenzar una nueva vida, una nueva historia. Pelear en otra tierra, bajo otra bandera y al lado de nuevos y desconocidos compañeros de viaje y trinchera. Soñar, siempre soñar.

No sé si lo no lo hago por cobardía. O quizá sea por pundonor. Porque una vez se empieza no se puede dejar de pelear, porque rendirse no entra en mi vocabulario.

O porque tengo miedo. Porque tengo miedo de irme, de cortar mis raíces y, entonces, quizá, dentro de un año o dos o tres, embarcado en otra guerra tan dura como la que me asedia ahora, en otra tierra, bajo otra bandera, al lado de nuevos y desconocidos compañeros de viaje y trinchera, una noche despierte y vea en mi pecho una tenue, desvaída, macilenta luz que mana de los agujeros de las raíces arrancadas, una monstruosa araña que envuelve mi corazón. Y en sus facetados ojos vea mi viejo Land Rover, mis viejas montañas, hoy y ahora nevadas, la vieja tierra junto a la vieja casa, todo un mazo de recuerdos indelebles que se vislumbran en la oquedad de las raíces…

Y entonces desee volver, y abandonar esa nueva, para entonces vieja batalla, y retomar la antigua.

No puedo evitar soñar cuando oigo a Christina Rosenvinge desgranar tierna, lánguidamente "1000 pedazos" en acústico.

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