5 de junio de 1997
Otra página. La anterior no tenía suficiente sabor ni personalidad. La página que ves en la actualidad vuelve a ser oscura y marchita. No hay demasiada esperanza que mantenga viva la llama. Aún así, no es tan drástica como su predecesora. En eso hemos ganado.
Y esto es mi diario. Es la crónica de una caída que todavía se prolonga en el infinito abismo de la vida. Y no hay nadie para detenerla. Eso es lo malo de caer. Durante la confección de esta página se van repasando los problemas que nos acechan como lobos. Poco a poco la pesadumbre deja paso a la rebeldía, al incorformismo, a esas ganas de pelear y de vencer las adversidades. Sopesando los errores y aciertos, velando nuestras inútiles armas, calculando la estrategia óptima. No importan los errores, estamos donde estamos y hay que mirar adelante. Cuando salgamos de ésta ya tendremos tiempo de mirar hacia atrás, quizás con ira, y nos recriminaremos por nuestros errores. Ahora simplemente no volver a cometer los mismos y pelear.
De todas formas siempre tengo en la punta de mis dedos esa inenarrable sensación de llegar a todos los sitios por caminos errados, por los más difíciles, pagando un precio alto por cada uno de los pasos dados y recibiendo heridas en el alma que brillan en la oscuridad, querida Mar, algunas heridas que no curan nunca, mi buen Frodo. Ahora todo el camino, el duro y largo camino recorrido a golpes de corazón y esperanza, termina en un lóbrego precipicio que se adentra en la oscuridad. No puedo retroceder. Si lo hiciera estos cuatro largos años serían mi tumba, mi condena, dejarían de tener sentido; dejarían de tener sentido esos precios tan altos pagados para llegar hasta aquí aunque sea de la forma que hemos llegado. Pero lo peor de todo sería que cobrarían sentido las palabras de algunas personas que jamás apostaron por mí, que, en su buena intención, aconsejaban no emprender el camino hacia Ítaca.
Eso sería lo peor.
Por eso no puedo volver
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