Nuestro Teniente General, Leonard Euler, produce, gracias a nuestros buenos oficios, la siguiente Declaración. Confiesa abiertamente:
III. que a pesar de ser el rey de las matemáticas, se sonrojará eternamente por su ofensa al sentido común y la sabiduría más popular cometida al deducir de sus fórmulas que un cuerpo atraído por fuerzas gravitacionales situado en el centro de una esfera cambiará bruscamente de dirección en el centro.
IV. que hará todo lo que pueda para no permitir que la razón sea traicionada otra vez por una fórmula errónea. Pide perdón de rodillas por haber postulado a la vista de un resultado paradójico «aunque parezcan contradecir la realidad debemos confiar más en nuestros cálculos que en nuestro buen sentido».
V. que en el futuro nunca más llevará a cabo cálculos de sesenta páginas para obtener un resultado que puede deducirse en diez líneas después de algunas reflexiones cuidadosas; y si alguna vez vuelve a remangarse para hacer cálculos durante tres días y tres noches consecutivas, invertirá un cuarto de hora antes para pensar qué principios (de cálculo) serán los más apropiados.
Tomado de «
(Noviembre, 1752)
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