La vida en la trinchera
Vivo en una trinchera. Vivo inmerso en una guerra en la que no recuerdo cuándo empezó, no preveo cuándo acabará.
Vivo en una trinchera. Recuerdo con monotonía, con languidez, todos esos días que discurren como perezosos trenes de mercancías que se deslizan pesados, mastodónticos, por la lejanía, como monstruos antediluvianos de hierro y dolor.
La vida en la trinchera embota los sentidos, herrumbra el cerebro. Pensar está prohibido, no se sabe bien por qué ni por quién. Pero es mejor no pensar. Es mejor sobrevivir. La vida en la trinchera te enseña a sobrevivir, a sobrellevar esta guerra infinita que cae por ambos bordes del horizonte.
Conozco todos sus recovecos. Conozco cada pella de barro que macero mientras camino; conozco todas y cadas una de las tablas, todos los refugios, los pasadizos, los puestos de socorro y los amunicionamientos. Siempre hay quien habita en la trinchera, quien habitó antes que yo.
Muchas veces me asomo a la escarpa. Hay otra trinchera al otro lado. Otra trinchera como la nuestra, con sus galerías, refugios y aspilleras. Con sus defensores. A veces me pregunto si será la misma, si yo estaré en aquella trinchera, mirándome a mí mismo, con el universo replegado en una voluta imposible.
A veces la artillería enemiga nos machaca de forma traicionera, rutinaria. Graniza metralla y el barro salpica como sangre todos los rincones, como si no lo hubiera hecho nunca, como si ese macabro mono que juega con nosostros quisisera asegurarse de que no queda rincón alguno ajeno al barro. A veces hay bajas.
Otras veces cambiamos disparos, de una manera abúlica y desganada. Oyes repiquetar las balas con un chapoteo sordo, irreal y fantasmagórico.
Nunca he salido de la trinchera. Al menos no lo recuerdo, como tampoco recuerdo haber entrado. No hay muchas mujeres,por lo dudo de que yo naciese allí. Pero me es imposible recordar qué existió antes, ya he dicho que la trinchera embota el cerebro. Sé que hubo un antes, pero no lo recuerdo. Nunca sé si existe un después.
Hay mas trincheras, detrás de la mía. Es una red, una maraña, un laberinto de pasillos, cables y madera que se aleja de la guerra, que se aleja del frente, se esconde en retaguardia como los gusanos se cobijan en las rendijas. Cuanto más atrás, las trincheras son menos trincheras, los hombres menos soldados y más corruptos, la guerra es menos sucia, más elegante.
La trinchera acaba en un hermoso palacio donde generales y coroneles toman café sobre mullidas alfombras, charlan sobre la guerra, deciden el nacimiento y la muerte de otras trincheras mientras miran por la ventana el otoño en los álamos. En ese palacio acaba la trinchera, la guerra misma acaba, y empieza el mundo.
La vida en la trinchera es consuetudinaria, acostumbrada. El hombre se acostumbra a sobrevivir, eso no tiene mérito. Morir tampoco tiene mérito. Ni siquiera luchar lo tiene. Todo lo llevamos impreso en nuestras circunvoluciones, en nuestro instinto.
Recuerdo compañeros caídos, con honor o mala suerte. Recuerdo compañeros que ascienden, se alejan un nivel, una trinchera más atrás, hacia el palacio donde termina la guerra. A veces eran buena gente, a veces fue la suerte. Pero cada día te quedas más solo, apelando al honor y refugiandote en la supervivenvia, en la lluvia callada que suaviza el paisaje como extendiendo una manta.
No hay vida en la trinchera, hay supervivencia. No pidas a un superviviente otra cosa más que sobrevivir.
Nadie sale de la trinchera, la guerra no acaba para nadie. Sólo para los muertos.
Otra vez.
la lluvia me acompaña en casa
un café y un cigarrito pa estar bien
y tú estás aún dormida en la cama y bien.
Voy a ver quién pasa en la ventana.
Escribir, tengo que escribir a mi hermana
y comprar azúcar que se acabó ayer y pasear
al perro en la mañana, pero no.
Creo que me volveré a la cama
Y acurrucados el mundo es diferente
calor humano y hambre que compartir
y adormecidos y amontonados
de esta trinchera no quiero salir.
Está bien. Ordenaré mi mesa pronto
Sí, mujer, no te preocupes que lo haré.
Por favor, llama a Nacho Castro y dile que
ahora voy a ensayar en la moto.
Te he dejado una nota con los recados.
Por favor, no olvides recogerme a y diez.
Yo también te quiero, dame un beso que me voy.
Cuídate, nos vemos en la tarde.
Y acurrucados el mundo es diferente
calor humano y hambre que compartir
y adormecidos y amontonados
de esta trinchera no quiero salir
"Cálida trinchera" de "Celtas Cortos"
1 comentario:
Me gusta tu trinchera. Y tal como la has descrito es susceptible de que acabe en overbooking.
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