Tengo 33 años, y soy doctor en físicas, profesor ayudante de universidad. Todos los días me levanto a eso de las 7 de la mañana, y hago 60 Km. para llegar a mi puesto de trabajo. Llego a las 8 de la mañana, y hacia las 8 de la tarde pienso que ya es hora de tomarse un descanso. Con un poco de suerte, a las nueve de la noche estoy en casa. Por todo eso cobro 1030 euros al mes. Y gracias, ya que, de los 8 años que llevo en esa universidad, sólo he cobrado durante 5, y menos de lo que cobro ahora. De los otros tres, mejor no hablar.
También tengo una hermosa y rubicunda hipoteca de 600 euros que me va a acompañar hasta la jubilación, aunque por suerte mi esposa (soy recién casado) ha encontrado trabajo hace dos meses y me ayuda un poco, aunque por ello tan sólo tengamos los domingos para nosotros.
Cuando estoy en la facultad doy mis clases (que, por cierto, siempre me tocan asignaturas nuevas y horarios intempestivos, miré usted qué curioso), investigo cuando puedo y me encargo del día a día de la vida departamental. Supongo que, por eso, tengo unos cuantos libros, algunos artículos, comunicaciones a congresos, y hasta soy investigador principal en un proyecto. Hay gente que lo cree fruto de la casualidad o el enchufismo. Impresionante, amiguete.
No sé qué más contarles de mi vida (mi abuela, ésa si que les contaría mil maravillas mías) y, aunque les parezca chocante, exagerado o sorprendente, no soy un caso aislado: somos muchos los ayudantes que están en situaciones atípicas, sorprendentes y desconocidas. Me atrevería a decir que cada ayudante de cada universidad española está en una situación similar; ya sabe, cada persona un mundo.
Ahora, en el cruce de disparos entre la universidad española y el gobierno he caído, junto a muchos ayudantes. Bajas colaterales. He oído que somos corruptos, vagos, endógamos, incompetentes y mil cosas más. Bueno, para gustos colores; ni que decir tiene que yo no pienso lo mismo. Pienso, eso sí, que hay que cambiar las cosas, que hay que cambiar la universidad. Si me apuran, hay que cambiar algo en toda la administración. Claro, hay que hacerlo con inteligencia. Pero el problema es que inteligencia y política son una contradicción en términos. Así que el resultado es este inmenso lupanar en que se ha convertido, de septiembre acá, la universidad española. Como de costumbre, el "no iremos a hacernos daño" ha desembocado en la expiación de los pecados de la universidad por parte de pocarropa: toda esa carne de cañón transitoria y prescindible llamada ayudantes, becarios, asociados y demás precarios sin sombra y sin espejo. Esa masa pegajosa y gris que día a día lavaba los trapos sucios de muchas universidades españolas. Si está claro, oiga. Si hay algún culpable de la endogamia, de la corrupción, de la crisis económica de las universidades, de la mediocridad de la docencia, esos son los de abajo. Qué se han creído, se van a enterar de la dura mano de la justicia, se va a acabar todo de un plumazo. Los de arriba (ustedes ya me entienden) se dedican a lo suyo: limpian, fijan y dan esplendor. La universidad española se ha quedado arreglada. Como para un foto. No se me mueva. Clic.
Muy a mi pesar, tengo que reconocer que la tarea del gobierno en este asunto ha sido un trabajo de orfebrería fina, un ejercicio impecable de arte áulico y sibilino. Si no fuera porque hay una realidad cotidiana, diría que han sido hasta inteligentes. Le digo de corazón (soy apolítico y de ciencias), que ya pueden contarles milongas pamperas acerca de cómo ésta crea una universidad moderna, europea, de calidad, democrática y transparente. Y además huele bien. La verdad pura y dura, y se lo pongo por escrito donde ustedes me pidan, es que esta ley sirve para dos cosas: ahorrarse dinero público en la universidad pública (aunque sea a costa de hundirla) y quitarle poder político. Así que comenzaron las labores de zapa y minado filtrando en los medios de comunicación las definiciones de endogamia, corrupción y el nido de vagos y maleantes en lo que hipotéticamente se había convertido la universidad española ("Cuando creo una plaza de funcionario sólo obtengo 100 descontentos y un desagradecido", Luis XVI). En este país cainita, artista en eso de lapidar al vecino por la espalda, eso es mano de santo, oiga. Como le digo. Y una vez con el apoyo tácito del pueblo logrado, se mete una ley con calzador que no toque a los intocables (¡hasta ahí podíamos llegar!), les subimos un poco el sueldo para que no molesten, les damos palo a los de abajo (que es equivalente a cortar las raíces de la universidad, no vaya a ser que crezca), y favorecemos la diáspora de los universitarios y la injerencia en sus órganos de gobierno. Déjese macerar a fuego lento 10 añitos y verá qué universidad pública nos sale. Europea total.
Y lo más sorprendente de todo, señoras y señores, es que no me importa demasiado. Mire, sinceramente, me hubiera importado mucho si mi objetivo en esta universidad hubiera sido ser funcionario a toda costa. Entonces sí hubiera sido un gran palo para mí. Pero el quid de la cuestión está en que la gran mayoría de ayudantes y becarios están aquí por una palabra olvidada por muchos hace tiempo: vocación. En este país, si alguien quiere investigar, sólo queda la universidad, la amarga travesía del desierto universitario. Así que somos gente hecha a la cuerda floja, a la precariedad, a la injusticia, a la ilusión y a la esperanza. Somos la vieja piel de tambor, remendada y parcheada, sobre la que resuenan los tambores de la orgullosa universidad (gracias, Reverte). Pero, qué se le va a hacer, la música suena y, nos guste o no, hay que bailarla. A pesar de que a mí me han desmontado un poco la vida, no me preocupa demasiado. A fin de cuentas soy efímero, prescindible. Me considero un francotirador mercenario que lleva demasiadas horas de vuelo en esta guerra como para no salir de ésta. Y si caigo, siempre me queda volver al pueblo a cultivar las tierras en las que mi padre perdió su juventud. Ah, es que esto no se lo había contado: soy el mayor de seis hermanos, hijo de labradores en una tierra olvidada por no ver el mar, y el único que estudió. Como ven, enchufismo total. Tenía los padrinos a montones, sabe usted. Como todo ayudante que se precie.
Me duelen varias cosas, no obstante. Lo que más me duele es que se desmonte con total impunidad la universidad pública española, de una forma ruin, menguada, rastrera y cobarde. Y somos los primeros, pero no creo que los últimos. Luego irán por la sanidad, por la justicia. Al final, no lo dude, irán a por usted, que lee tranquilamente el periódico en su mesa. Aunque será inútil que grite pidiendo ayuda: ya estará solo; los demás cayeron hace tiempo. Inconvenientes de dejar que la injusticia se reparta impunemente..
Hay una palabra para todo esto, para describir lo que han hecho universidades y gobierno con la chusma de a pie universitaria: defección. Esto es todo, señores. La clase ha terminado. Les espero mañana, a la misma hora.