La chica de Cafés Valiente
Hoy va por ella. No sé cómo se llama, creo que nunca lo sabré. Y además mañana ya dejaremos de tomar café en ese local de Cafés Valiente que hay al lado del nuevo Corte Inglés de la Avenida Francia, en la zona de descarga.
Todos los días nos vemos obligados a contemplar su denodado esfuerzo por atender a esa inmensa caterva que populan los bares a horas intempesivas. Llegamos a las 7 y media, y ella ya está allí, atendiendo al personal, haciendo curasanes y tortillas y trabajando de manera eficiente. Demasiado eficiente. Por desgracia es muy, pero que muy extraño ver en estos tiempos a alguien que se esfuerza al máximo por rendir en su trabajo. Que intenta cumplir con su tarea, sea cual sea, independientemente de lo que le paguen, de lo injusto de su situación o de aspectos personales. Que sin rechistar, impasible el ademán, cumpla con su deber tal y como se comprometió. Es algo muy extraño en un tiempo y un país en el que la mediocridad se ha instalado en todos los estratos sociales, en todas las administraciones, en todos los círculos intelectuales, culturales, laborales, espirituales... Esta chica cumple con su deber, además con corrección y algo de simpatía, por lo que no deja de despertar mi admiración.
Y pese a concitar mi atención y respeto, creo que podemos estar equivocados. Si bien admiro a los hombres (y mujeres) que se visten por los pies, y son consecuentes y honrados y amigos de sus amigos y enemigos de sus enemigos y al pan pan y al vino vino, creo que esta sociedad penaliza este tipo de comportamiento, de actitud tan honrada y honorable. La tan manida mediocridad de la que politicos, gobernantes y prohombres han hecho enseña, esta cultura picaresca, del pelotazo, de la sinvergüencería, del toma el dinero y corre, todo ha hecho que para medrar en esta sentina hay que ser un crápula sin escrúpulos, un malfatán sin respeto, honor, decencia, coraje ni pundonor. Puto país aquel en el que los hombres honrados y trabajadores están a merced de los necios y de los egoístas.
Quizá en otro país, civilizado y maduro, esas personas alcancen su objetivo, su estabilidad y esa paz interior que da el sueño de los justos, Pero aquí no, es imposible, con esos exégetas de Gran Hermano, los demiurgos de la patria y los paladines de la justicia y la ley.
Aún así, admiro a esa gente que hace lo que debe, aunque su señor sea tan malo y necio como el mío, aunque nadie le recompense con lo justo ni le reconozca lo debido. Si uno se compromete, si uno da su palabra, tiene que cumplir su parte del trato, por mucho que la otra se llame a andana. Uno hace lo que debe, sin rechistar, porque a ello se comprometió, independientemente de lo que haga el otro. Y si estotro no cumple, un día, sin previo aviso, uno toma sus bártulos y se va. No hay que avisar, tuvo tiempo de hacer lo que era justo y no lo hizo, así que esa persona no merece los avisos. Seguramente los utilizará para seguir sojuzgando con egoísmo e iniquidad a los demás, no esperes mañana lo que no te dio ayer.
Negociar. No me gusta negociar. Me gusta lo que es justo, y siempre hay una posición de equilibrio, de equidad, de justicia entre dos posturas. Si hay que sentarse a negociar es que una de las partes tiene un concepto algo egoísta de lo que es justo. O en este país desgraciado, las dos.
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