Esta es una vieja historia
Cada vez que salgo a la calle los fantasmas me asaltan. Me rodean, ululan en mis oídos y me sacan sus lenguas de trapo transparentes. Es lo que tiene vivir en un agujero, vivir en el dolor, vivir en esas escaleras que no dejan de bajar, nunca, hacia abismos jamás hollados.
Entonces me doy cuenta de lo cerca que estoy del punto de partida, de lo vano y futil y banal y trivial y estéril que es vivir en negro. De que uno no es mejor ni peor que la media de banalidades que pululan en este zoo, y que todo pierde su sentido.
A veces pienso que hay que cambiar. Encender una luz, abrir las ventanas y plantar flores en las macetas fosilizadas que vaguean entre las almenas. Limpiar las habitaciones y limpiar de polvo y esqueletos de lamias las alformbras y los anaqueles.
Pero nunca hago nada. Bebo para olvidar que tengo verguenza de beber.
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