jueves, 6 de abril de 2006

La tiranía de los mediocres

Ahora estoy leyendo "La eneida". En ella relata la fundación de Roma por parte de los troyanos que escaparon a la ruina de Ilión. Si bien la escribió un romano, habla de los griegos y troyanos, cuna de buena parte de nuestra cultura y civilización y de la tan elogiada democracia.

Admiro esos grandes héroes, esos grandes hombres en los que su pueblo deposita la confianza en tiempos de paz y de guerra y de desgracia, y gobiernan a sus semejantes y sus recursos para el bien común, con templanza de ánimo, corazón fuerte y mente preclara.

Igualito que nuetros políticos, pienso yo. En cada puesto público en este país encontramos a la persona más capaz, honrada, íntegra, preparada, abnegada y culta.

Perdonen, estaba soñando en voz alta.

La culpa la tenemos nosotros. Hemos dejado que la política se convierta en refugio de la escoria social. Cuanto más sinvergüenza, deshonrado y mala persona sea, más alto sube. La corrupción, el robo, la mala fe, la alevosía aumenta de nivel cuanto más subimos en la jerarquía de nuestros directivos públicos. Cíteme usted a tres grandes hombres, tres personas con carisma y reputación a las que les dejaría las llaves de su casa y el número de su tarjeta. Seguro que ningún político o rector. Ya no quedan.

O quizá sí, pero no son de dominio público. A veces porque están trabajando de sol a sol en la obra, el campo o cualquier empresa de mierda, ganándose el escaso sueldo bien ganado, sin entender ese dichos IPC que nunca sube demasiado pero que desde el euro no nos deja un duro en el bolsillo. O son gente con principios, y saben que para entrar en los puestos de responsabilidad pública, rectores incluídos, hay que sumergirse en una sentina atiborrada de mierda y de hijos de la gran puta cuyo único objetivo es robar lo que puedan y joder a todo lo que les haga peligrar.

Y es que son tan cortos que a aquel que destaca lo consideran un peligro. Aquél que intenta hacer las cosas medianamente bien y coherentemente puede dejarlos en evidencia. Quizá algún el pueblo nos demos cuenta de que vamos desnudos por al calle, mientras los políticos nos aplauden y halagan con el buen gusto y la calidad de nuestro de fondo de armario. Y cuando alguien nos grita que vamos desnudos les entran las tercianas y acallan a golpes y a denuestos a quien intenta abrirnos los ojos. Porque para eso no hay diferencias de credo, religión ni ideología. Que una cosa es una cosa y otra soltar la teta de la vaca. Hoy por ti y mañana por mí.

Por lo que la gente decente, la gente capaz se aleja de estos carroñeros y sigue su vida rezando para que no le toque a él y todo se quede como está hasta que nos quedemos calvos, que será dentro de unos cien años. Por tanto, los mediocres copan la gestión de este país, en todos sus estratos, y hacen piña en lo que a derribar a uno se refiere cuando ven peligrar su bonita suite con vistas.

Estamos sojuzgados por los mediocres. Tiranizados, sometidos. Esto da qué pensar.

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