Acopio de esperanza
En estos tiempos inciertos, oscuros como la boca de un túnel por la que de vez en cuando asoma de forma intempestiva un mercancías que arrasa nuestras vanas defensas, es necesario hacer acopio de esperanzas para cuando todo se hunda bajo nuestros pies. Lo que, tarde o temprano, ocurrirá.
La tarea es heróica, aun titánica. Revolver entre los escombros de cada alborada, recopilando diminutos pedazos, persistentes esquejes de todas esas esperanzas que día a día se trizan por el inexorable ruejo de la vida, ladina y artera, con todo el tiempo a sus espaldas.
Con ellas construimos endebles parapetos que nos ayuden a terminar los días, a afrontar las noches insomnes deseando que la delgada, imaginaria línea que nos separa de la catástrofe resista unas horas más a los embates traidores de la desgracia.
A veces me encaramo a ese parapeto de sacos terreros repletos de miriadas de esperanzas cochambrosas, escuálidas y diminutas, casi polvo de estrellas, y miro en derredor, acogido en el silencio que ayuda a explicar lo inexplicable, cobijado en las misivas que audaces compañeros de trincheras vecinas enviaron, desafiando al tiempo, a los elementos, a la metralla y a la orografía, para simplemente contar que no estamos solos en este universo tan desgraciado.
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