Whisky sin hielo
Mientras escucho a Quique González, no puedo dejar de añorar mi GlenFiddich sin hielo a sorbos cortos, amargos, de Torrevieja (vacaciones sin hombres, encima). La tele escupe teletiendas en todas las cadenas, y yo me enfrento al miedo de reconocer mis errores. La certeza de saberse solo, la certeza de saberse equivocado, la certeza inenarrable de saberse solo y equivocado, abocado a una carrera cuesta arriba en la que sólo queda apretar los dientes y seguir adelante, luchar y luchar contra los errores que pagas y pagas y sigues pagando y nunca vencen, nunca los puedes vencer, cruel ironía.
Cada vez me apetecen más los universos paralelos, no haber sido tan cobarde y navegar por otro mar sólo para poder desear éste en el que estoy. Pero ya es tarde, siempre he hecho tarde en mi vida. Siempre, no sabéis lo que pesa eso en noches de GlenFiddich y Quique González, en noches de casas tomadas y dormir en la calle, a la serena.
Un viejo deseo, una vieja ilusión, mil puertas que se alejan un poco más esta noche y que te hacen desear aquellas que nunca abriste, la certeza de que todo se viene abajo y no queda más que rechinar los puños, apretar los dientes y bajar la cabeza como un toro triste, pelear hasta que ya no puedas más.
Siempre llegué a los sitios por caminos errados, y me está pasando factura.
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